El siglo XXI debe ser el siglo del diálogo. Desde el año 2000, las interacciones e informaciones que poseemos de modo instantáneo de los distintos rincones de la Tierra se han multiplicado exponencialmente. Cada vez, más culturas nos son conocidas y podemos saber lo que está pasando en un país remoto y entablar interacciones con sus habitantes por medio de las redes sociales. Nos encontramos, sin duda, en la era de la globalización y de la digitalización. ¿Pero vivimos en una era del diálogo?
Cuando hablamos de diálogo, la cuestión es más compleja. La palabra española “diálogo” viene del griego y significa “a través” (dia-) de la “palabra”, del “discurso” (-logos). En definitiva, no se trata solo de intercambiar datos o informaciones, sino de crear canales de comunicación efectiva entre las distintas personas. Por tanto, en esta diferencia entre la mera interacción o intercambio y el diálogo pleno, debemos de tener en cuenta toda una serie de cuestiones.
En primer lugar, el factor diferencial del encuentro. Muchas veces nuestros ritmos acelerados nos impiden detenernos para ser capaces de que puedan surgir las condiciones de las que brota el diálogo. El diálogo necesita tiempo y espacio para conocer al otro. Por el contrario, y como señala Fadi Daou (2018), la “ignorancia es una fuente de miedo”. Por esta razón, se hace necesaria la generación de espacios en nuestras sociedades que posibiliten este marco de encuentro y la profundización en el conocimiento de la diversidad cultural. Las asociaciones, las fundaciones como la Fundación for Islamic Culture and Religious Tolerance (FICRT) y otras plataformas de la sociedad civil tienen un papel fundamental para la generación de estos espacios de comunicación efectiva y, gracias a sus actividades, iniciativas y proyectos, pueden convertirse en agentes esenciales en la promoción del diálogo.
En segundo lugar, para el dialogo no se nos pide que dejemos atrás nuestras convicciones, nuestra identidad, pero sí que estas estén abiertas al encuentro con la otra persona, sus convicciones, su cultura y creencias. Como señala Leonard Swidler (1991), en el diálogo la conversación debe ser siempre bidireccional, por lo que no podemos aproximarnos a dialogar con otra persona desde una mentalidad rígida o cerrada, sino –más bien– desde una actitud receptiva, que no tiene que implicar una renuncia a nuestra identidad. Porque la clave en el diálogo no es que dejemos atrás lo que somos, sino que seamos capaces de crear un sendero común en el que puedan caminar aquellos que, siendo diferentes, tienen un mismo objetivo.
La FICRT, cuyos objetivos fundamentales son la tolerancia religiosa y el conocimiento y la difusión de la cultura islámica, posee interés particular en una de las variantes del diálogo más necesarias para nuestro mundo globalizado; el diálogo intercultural e interreligioso, cuya importancia también ha sido recogida por la Declaración Universal sobre la Diversidad Cultural de la UNESCO y por iniciativas como la Alianza de Civilizaciones de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). En este caso las posibilidades de diálogo se centran en que las distintas culturas establezcan cauces de comunicación efectiva y la comunicación que surja entre ellas, desde el respeto a las diferencias y el descubrimiento de las múltiples convergencias e intereses compartidos, pueda establecer un sendero hacia la “construcción de la cohesión social, de la reconciliación entre los pueblos y de la paz entre las naciones”, como señala la UNESCO.
Espacio de encuentro, mentalidad abierta desde nuestra propia identidad, respeto a las diferencias y voluntad de construir juntos constituyen requisitos esenciales para poder hacer de nuestro mundo interconectado un marco de diálogo; una tarea a la que todos, y de modo particular fundaciones como la FICRT, que tiene por objetivo fundamental la promoción de la tolerancia religiosa, podemos contribuir.