Se levantó como cada mañana. Sonó el despertador, café, ducha, vestirse y salir. Era lo mismo e igual rutina desde hacía mucho tiempo.
Llegó al trabajo como siempre, pensando en todas las tareas “pendientes” que le quedaban del día anterior y todas las “nuevas” que podían llegar ese día. Saludaba con la cabeza o con un escueto “hola” a los compañeros, que le daban los buenos días mientras llegaba a su mesa. Pura cortesía. Solo necesitaba llegar cuanto antes a su puesto para centrarse en su trabajo y acabar lo más pronto posible, irse a casa, y vuelta a empezar. Según encendió el ordenador, se centró en su tarea.
― “Buenos días, Borja. ¿Qué tal estás hoy?”
Sabía que, al levantar la vista, se encontraría con la amable sonrisa de Chelo. Y allí estaba. Chelo era la única de la empresa que parecía sonreír a todos con sinceridad y que preguntaba por los demás porque de verdad le interesaba la respuesta.
― “Buenos días, Chelo. Aquí, liado desde primera hora” ― le respondió ladeando media sonrisa, porque un escueto hola no parecía suficiente ante ella, su bondad y su sonrisa….
― “Siempre tan responsable” ― dijo ella, ampliando todavía más la sonrisa. Había algo verdaderamente relajante en ella ―. “Si necesitas ayuda con algo, ya sabes dónde encontrarme”.
― “Muchas gracias”.
Ella simplemente asintió con la cabeza sin dejar de sonreír y siguió su camino a su puesto saludando a todo el mundo e interesándose por ellos. Chelo, además, ayudaba a todos. Él nunca le había pedido ayuda porque, igual que no quería que ser molestado, él no quería molestar a nadie. Pero sabía que Chelo era buena en su trabajo, como él, y por eso muchos le pedían ayuda con muchas cosas. Ella los ayudaba a todos, siempre con una sonrisa, por supuesto.
Aquel día, el trabajo se torció más de lo que esperaba, una cosa llevó a la otra y, sin saber muy bien cómo, cuando alzó la vista no vio a nadie. Supuso que era el último. Ya había recogido todo y estaba dirigiéndose al ascensor cuando escuchó algo. Siguió el sonido hasta dar con su origen y se encontró a Chelo en la sala de descanso, con la cara hundida en las manos y respirando fuerte. Ella sintió su presencia y alzó la cabeza para mirarle.
― “Oh, perdona, pensé que estaba sola” ― le dijo.
Y sonrió. ¡Sonrió a pesar de que algo no iba bien” Nunca se inmiscuía en temas ajenos, pero Chelo siempre era buena con él y no podía irse sin más.
― “¿Estás bien?”
― “Sí. Solo necesitaba un momento, respirar hondo y dejar salir lo que me agobia. ¿Alguna vez te pasa?”
La verdad era que, por mucho que respirara, Borja no podía quitarse la sensación de agobio que le oprimía el pecho.
― “Alguna vez” ― contestó.
― “Supongo que es algo normal que nos pasa a todos”.
Borja nunca se había imaginado ni planteado que Chelo pudiese sentirse así, siempre se la veía tan feliz y sonriente…
― “¿Por qué necesitas respirar?”
― “Mi madre ha estado enferma, pero ya está recuperándose y los médicos dicen que pronto podrá ir a casa. Supongo que, ahora que veo el final, necesitaba respirar y soltarlo todo”.
Y entonces Borja no pudo coger aire. Ella lo había pasado mal, había sufrido y había estado preocupada, y aun así todos los días se interesaba por todo el mundo y la sonrisa, que tan relajante le parecía, nunca había abandonado su cara.
Aquel día, Borja descubrió la fuerza y la valentía que se podían esconder tras una sonrisa. Aquel día descubrió que todas las personas tenían sus luchas y sus problemas, pero que eso no debía ser nunca una excusa para solo mirar por uno mismo.
Al día siguiente, Borja dio los buenos días y comenzó a ayudar a los compañeros que necesitaban ayuda y también a solicitarla cuando la necesitó. Se interesó por Chelo y por sus compañeros. Y desde entonces, comenzó a sentirse parte de algo mucho más grande.
Aquel agobio en su pecho desapareció poco a poco.
Y, finalmente, Borja respiró.
María Cerezo Herraiz